viernes, 19 de junio de 2009

Religión


Lo religión fue muy importante en la vida tlaxcalteca prehispánica e influía en las personas desde que nacían hasta su muerte. Sus efectos se hicieron sentir en el arte, las ciencias, los juegos, los deportes, el comercio, en la organización política y social y, de manera muy especial, en la guerra.
Esa religión era politeísta, es decir, estaba animada por muchos dioses y muchas creencias, algunas heredadas de sus antepasados los chichimecas y otras adoptadas de los olmecas, teotihuacanos y toltecas.
El universo era dividido en dos mundos: uno horizontal y otro vertical. El horizontal se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, cada uno de los cuales estaba dominado por ciertos dioses. El vertical comprendía nueve inframundos y nueve paraísos.
Camaxtli el dios principal, dios de la caza y de la guerra, representado con cabello largo, penacho de plumas y la pintura “estelar” negra cubriendo sus ojos. Su cuerpo estaba decorado de arriba a abajo con líneas blancas, y una piedra transparente adornaba su nariz. Debajo del brazo llevaba unas pieles de conejo, en la mano derecha una canasta con comida y, en la izquierda, un arco con flechas. Algunos autores lo identificaban con el dios Mixcóatl y lo creen padre del dios Quetzalcóatl.
Se estima que el templo mayor dedicado a este dios estaba en Ocotelulco; era muy hermoso, circular y cubierto de paja. En él se encontraba la estatua de Camaxtli (que Moctezuma II intentó llevarse varias veces sin éxito) y delante de ello habían plumas preciosas, algunas flechas viejas, un arco pequeño y otros objetos que se supone poseía el dios cuando guiaba a los chichimecas en su peregrinación.
Tláloc, el dios del agua, era especialmente adorado en un lugar de la Malinche llamado Tlalocan. Dice la tradición que fue el primer dios que los tlaxcaltecas tallaron en piedra en ese lugar. Fray Martín de Valencia mandó destruir el ídolo en el Siglo XVI.
Otros dioses importantes eran Toci, madre de los dioses o corazón de la tierra, Huehuetéotl dios viejo del fuego, Tezcatlipoca “el sacrificado”, identificado con la noche y con los dioses que significan muerte, maldad y destrucción, y Xochiquétzal, deidad de las flores y la primavera. A los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl los tenían por dioses y los consideraban marido y mujer; a Matlacueitl o Matlacueye la tenían por hechicera y adivina, casada con Tláloc. Creían también en una leyenda llamado de los cinco soles o edades por los que había atravesado el mundo. A los eclipses de sol o de luna los consideraban de mal agüero, al igual que a los cometas.
En honor a sus dioses practicaban los sacrificios humanos, especialmente de prisioneros de guerra. También eran comunes los autosacrificios como el ayunar, el sangrarse la lengua y las yemas de los dedos con una espina de maguey, y el desollamiento de los sacrificados con fines religiosos. Otro tipo de sacrificios era el gladiatorio, que consistía en morir combatiendo con otros guerreros. Así murió Tlahuicole, guerrero tlaxcalteca-otomí.
En sus templos siempre tenían encendido fuego y quemaban copal o tabaco molido para honrar a sus dioses. Durante la sequía realizaban procesiones y penitencias y ofrendaban a Tláloc. Rendían culto a los muertos y cuando algún cacique o gran señor fallecía, lo vestían lujosamente y lo adornaban con joyas; los principales del señorío lo llevaban en andas hasta una gran fogata a la que lo arrojaban junto con sus criados y con los que querían acompañarlo, luego recogían sus cenizas y, si se había distinguido por sus hazañas, le levantaban estatuas. A otros señores los sepultaban en vez de quemarlos y dejaban ofrendas a su lado. Después del entierro se celebraban espléndidas fiestas en casa del difunto.

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